Portada del artículo sobre los inicios de Víctor Davalillo, escrito por Zaidi Goussot M., en la Revista "Deportes", el año 1980. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).
Comparto con los amables lectores, un extracto
de un trabajo y entrevista realizada por Zaidi Goussot M., sobre la vida del gran pelotero venezolano, Víctor Davalillo,
máximo hiteador de la Liga Venezolana de Béisbol Profesional (LVBP), con 1.505
indiscutibles. En este caso, "Vitico" nos habla de sus inicios
y las difíciles circunstancias que afrontó para llegar a ser pelotero
profesional.
A continuación, reproduzco el interesante
trabajo, poco conocido, publicado en la
revista "Deportes", el año 1980, sobre sus comienzos
deportivos en nuestro país:
La
Vida de Víctor Davalillo
Para llegar siempre hay que dar el primer paso
Todo comienzo tiene sus tropiezos cuando detrás existe un gran porvenir. "Mi niñez fue la mejor de todas -dice Vitico Davalillo- y no me quejaré jamás de mis padres ni la convivencia y receptividad que encontré en mi hogar". Los primeros pasos de Vitico en el béisbol y la primera etapa de su vida es lo que ahora trae la Revista "Deportes" para sus lectores.
Por: Zaidi Goussot M.
Fotos: Trino Garriga y Archivo.
Ya a la madrugada, cuando parecía que esa noche
ya no sería, volvieron repentinamente los dolores, “¡Ay! Nicolás, creo que ahora
sí voy a parir, mejor será que le avises a tu papá" —dijo la mujer con
voz casi llorosa pero muy erguida—. "No sé por qué una mujer tan
experta como yo en eso de parir, a veces se pone tan cobarde". Tal vez
se trataba de que en esos momentos estaba a punto de nacer un niño que haría
historia dentro del deporte, no zuliano ni venezolano, sino internacional.
En el hospital, un grito vibrante anunciaba que
nacía otro varón más y por supuesto otro
dolor de cabeza para doña Angelina que con tantos machos, Io que quedaba era
resignarse a pasar sustos gratuitamente:
-Mira, Angelina es varón —dijo don Martiniano— ¿y cómo le vamos a poner
a éste?
—Bueno “mijo" por ahora no sé, o mejor, —prosiguió la madre— ¿Por qué no le ponemos Víctor?
—Me parece bien a ver si éste sale más
fundamentoso, pero además le vamos a agregar José, así me gusta más, Víctor
José como el santo, a ver si lo protege y se porta mejor que estos otros díablos
los que tenemos en la familia -concluyó el padre don Martiniano, ya más complacido.
Pero recién empezaban los problemas y dolores de
cabeza que les daría el Víctor, quien apenas aprendiera a caminar, ya se
escaparía de la casa junto con sus hermanos.
Justamente en el Hospital de la Mene Grande,
empresa para la que trabajaba el padre don Martiniano Davalillo, fue donde vino
al mundo el larguirucho pequeño de dos kilos y medio, con la piel bastante
arrugadita y en un quirófano que no habían conocido sus padres, los cuales no
nacieron en un hospital sino en su casa, allá en la población de Churuguara,
donde también concibieron al mayor de los hijos.
Pero ahora le correspondía utilizar los
servicios de un moderno hospital ubicado en Las Tuercas, justamente mirando al grandioso
Lago de Maracaibo. El hospital donde nació Víctor José Davalillo fue construido
a media cuadra del Lago de Maracaibo, como para que no le quedara duda a nadie
de la zulianidad del pequeño.
En 1939, cuando vino al mundo Vitico, el maraco,
las cosas eran muy distintas. Existía esa colaboración familiar en la que no se
presentaban intrigas y rencores que ensombrecieran esa relación, el problema de
uno era el problema de todos. Los vecinos siempre tenían a la mano una solución
conjunta de los problemas del pueblo y por supuesto, la diversión sana ocupaba
el 99 por ciento de la forma de ser de los niños y jóvenes del pueblo en el que
nació nuestro personaje, nuestro pequeño personaje, que dejo de ser pequeño para
figurar en los roles beisboleros desde temprana edad.
Primera fotografía publicada de Víctor Davalillo, cuando defendió al Zulia en el Campeonato Nacional Doble A de San Cristóbal, Edo. Táchira, Venezuela. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).
EL
PRIMER SUSTO
No habían transcurrido muchos meses después que
Víctor cumplió los dos años, cuando lo llevaron de emergencia al médico para
que dijera qué era ese abultamiento que el niño tenía en la parte baja del
cuello.
Esto es muy peligroso —contestó el doctor Rodríguez. Lo que el
muchacho tiene parece un tumor. Y no quisiera asustarlos pero está incrustado
en la arteria aorta.
—Doctor -—preguntó el señor Davalillo- ¿Eso es muy peligroso?
-Tanto, que si ustedes no me autorizan yo soy
incapaz de operarlo porque ese niño se puede quedar en la operación -—enfatizó el médico.
—Opérelo doctor, que yo le voy a ofrecer una
promesa a San José para que nos lo devuelva sano y salvo de este hospital.
Y así fue. Víctor, o Vitico, le había ganado una
batalla a la muerte, al salir bien de la operación peligrosa que le hicieron unos
días después de la consulta médica. En otros países que para el año 1941
estaban más adelantados que Venezuela, quirúrgicamente, muchos pacientes habían
muerto al extirpárseles tumores más sencillos que ese y el Vitico lo había
superado con unos escasos dos años, en Cabimas y con un cirujano venezolano.
LA
PRIMERA PÉRDIDA.
Nadie pudo creerlo cuando sucedió, todos los
hermanos estaban muy exaltados. Su estado de ánimo cambió como un volcán, en
ebullición. Don Martiniano Davalillo había sido asesinado dejando a su mujer
con seis hijos pero en una soledad tan grande como la que debía sentir al
perder su apoyo de toda la vida de casados que sostuvieron.
—Pero ¿Cómo pasó?
—Fue un americano que lo mató con un taladro.
Todo estaba muy oscuro y quién sabe si lo confundirían y lo mataron —respondía un gran amigo del padre de 6 niños,
entre ellos Víctor quien quedaba huérfano a los tres años.
Martiniano Davalillo se sentía desconcertado,
pero en sus últimos momentos alcanzó a tranquilizarse porque dejaba a su vieja
con varios hombres que podrían hacerle frente a la casa y la ayudarían a criar
a los mas pequeños. Y realmente así fue. Nicolás, el mayor de los hijos, no tardó
en asumir sus roles de "padre", preocupándose por la educación
y comportamiento de cada uno de sus hermanos.
LOS
TERRIBLES
El dicho de “Los
varones a la calle" parecía cobrar fuerza en la población de Cabimas y
en los pies de los hermanos Davalillo, que cada día estaban mas inquietos
alborotadores.
UNA
ESTUPENDA NIÑEZ
—Sin reprensiones reconozco que viví mi vida y
no era porque me portaba bien, sino porque mi madre no nos estaba regañando sino
algunas veces que nos portábamos demasiado mal. A los 7 años me acuerdo que
formamos nuestro primer equipo de béisbol. Éramos doce muchachos solamente,
pero suficientes, nosotros mismos organizábamos los juegos y conseguíamos
nuestros bates y pelotas
—comenta Vitico recordando su infancia.
—Una vez se nos acabó la caja de pelotas y cada
uno tuvo que poner medio, los mas ricos pusieron un real y compramos suficientes
pelotas como para finalizar la temporada —proseguía Vitico— pero la situación empeoró y ya no pudimos
mantenernos por nuestros propios medios por lo que solicitamos ayuda a las
Empresas de Cabimas que siempre ayudaban a los muchachos en el deporte, y nos
donaban uniformes que llevaban el nombre del comercio en la espalda. También
nos dieron los bates y los guantes que también guardaba yo como cuando me
inicié a los 7 años, con la ayuda de mi hermano Pompeyo.
La combinación de atletismo y béisbol, con la
ayuda del inmortal Torcuato Mileo, era fantástica y extensiva a todos aquellos
que quisieran incursionar en el deporte. La Mene Grande, donde trabajó el padre
de Víctor, también ayudaba a los muchachos organizándole sus campeonatos. Realmente
era una niñez feliz.
—Señora Miguelina, por allá están los hijos
suyos en el campo jugando de Tarzán, se van a "caee" fíjese que se
están tirando de un árbol a otro, —gritaba uno de los vecinos horrorizado por la forma como se lanzaban los
hermanos Davaiillo.
Los árboles parecían maticas y la tierra un
agradable colchón al que se lanzaban como si se tratara de su propia cama.
—¡Víctor!, ¡Pompeyo!, ¡Nicolás!... vengan a acá,
¿Ustedes quieren acabar conmigo? Estos muchachos los voy a encerrar a toditos.
Pero los cabimenses lo que estaban constituyendo
en ese momento era una fortaleza física que en un futuro les serviría para
decir quiénes eran en realidad.
No tardó el Víctor en incursionar en el
atletismo, impulsado por el profesor Mileo, aprovechando las ventajas que las
compañías petroleras brindaban a los muchachos de la zona para promover el
deporte. Fue esta la oportunidad que aprovecharon los hermanos para meterse de lleno
al deporte, empezando por los cien metros planos, pasando por los 400 y
llegando hasta los maratones que se cumplieron en el territorio zuliano.
Ya empezaba a hacer ruido y alborotar en el
publico, el apellido Davalillo con los dos veteranos que en poco tiempo
conquistaron las pistas gracias a sus condiciones físicas bien adquiridas con
ejercicios naturales que sólo los libres jóvenes del campo pueden poner en práctica.
Fue justamente con la inclusión de Pompeyo, en
el béisbol amateur, como Víctor se decidió a jugar este deporte. Realmente le
gustaba el comenzó con buen pie dentro el amateur. A los 14 años podía hablar
de su brazo como pitcher y la garantía que representaba para el equipo con el
que jugaba.
Víctor Davalillo y su hermano Pompeyo Davalillo, conversando. Pompeyo viajó con urgencia a Maracaibo, Edo. Zulia, Venezuela, para convencerlo de la importancia de regresar a jugar con los Leones del Caracas. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).
NO
TODO PODÍA SER COLOR DE ROSAS
Pompeyo tuvo la suerte de incursionar en el Béisbol
profesional al lado del equipo Caracas, con buena efectividad y logrando un
lugar representativo dentro del team. Pero cuando trató de llevar a Víctor con
él, surgió la figura del "padre" escondido en su hermano Nicolás,
quien trató de impedirle que impulsara al hermano menor hacia la carrera de
pelotero. Nicolás deseaba algo mejor para Víctor y eso era la profesión de mecánico.
Realmente, el muchacho estaba entusiasmado con su profesión automovilística,
pero más le ardía en la sangre la afición de pelotero y dentro de ella como
pitcher.
TRES
LIDERATOS DE ENTRADITA
Justamente, justamente en el campeonato de La
Salina, cuando tenia 17 años en 1956. Víctor probó sus condiciones como pitcher
y cuarto bate. En ese campeonato combinó una barrida en tercera, un hit para
impulsar la carrera del empate, y un jonrón que decidía juegos alternándolos
con la venta de leche y las clases de mecánica automotriz supervisadas por su
hermano Nicolás.
La situación no estaba buena, había que
presentarse en el campo, pero también había que aportar la contribución a la
casa, si era de vender leche, eso había que hacer. Y nada menos que en tierra
zuliana, la multiplicación de los costos hacia mas difícil la manutención de la
familia por lo que el trabajo era indispensable. Por esa vez le tocaba
dedicarse a la venta de leche y debía hacerlo.
Pero nada era comparable con el béisbol. Había que
experimentar la sensación de ponerse un uniforme para salir a calentar y
colocarse en la lomita a dominar bateadores en fila con escasas excepciones.
Al final del campeonato los resultados no se
hicieron esperar:
—¡Atención señores! —se escuchó una voz
por el parlante-— Champion bate: ¡Victor Davalillo! Champion Jonronero: ¡Víctor
Davalillo! Champion empujador: ¡Víctor Davalillo! El Champion pitcher no se
lo dieron porque cometió un error imperdonable por lo que el equipo contrario
ganó un juego.
Su actuación le valió la selección para
representar al equipo cubano en el campeonato nacional a realizarse en el
Estado Táchira. Ahí, al lado de Régulo Reyes, dio muestras de lo que es ser
buen pelotero con una novena dirigida por el "Carrao" Bracho.
Las ansias no se dejaron esperar, se orientaban
hacia la posibilidad de Vitico para el profesional, pero el muchacho sabia que
no podría hacerlo porque su hermano Nicolás quería que se especializara
estudiando una profesión que le asegurara el futuro. Ya llevaba primer año de especialización
en motores diesel y no debía abandonarlo hasta no terminar.
Pompeyo trató de hacerle ver que el béisbol también
era una profesión y que podía ganar mucho dinero pero resulta a importante que
se dedicara a lo que realmente le gustaba.
—Víctor, date cuenta de que si te metes de lleno
en la pelota, puedes conseguir un buen chance, recomendándote con el Negro
Prieto. —intentaba sus
mejores argumentos Pompeyo.
—Eso no es así Pompeyo, recuerda que Nicolás se
va a poner bravo, tú sabes que él quiere que yo estudie mecánica.
Pompeyo sabía que ganaría la partida, pero le
costaría lograrlo.
Después de hacer un viaje especial a Cabimas a
tratar de convencer al muchacho que ya era doble A y prometía asegurarle el futuro
a cualquier novena, no quería regresar a Caracas con las manos vacías.
Varios días le costó convencerlo. Y mientras
Vitico comía, Pompeyo se sentaba a la mesa a hablar con él. Acostumbrado a las
comilonas que doña Miguelina solía servirle, Vitico separaba su atención de la
conversación para acordarse de cuando era pequeño y en esa misma mesa en a que
estaba a punto de decidir su futuro, recordaba cuando su madre le daba con un
palo por donde lo agarrara, para que perdiera la maña de tomar las cosas con la
mano izquierda.
—A palo vas a aprender —decía doña Miguelina—, no sé de donde le salen
a ese muchacho esos inventos tan raros, aquí nadie ha sido zurdo, para que venga
éste a salirme con que quiere ponerse al revés de los demás, pero por mí no va
a quedar. Le voy a decir a tus hermanos que te vigilen allá en la escuela a ver
con qué mano escribes para que la maestra te regañe.
Y pensar que ahora eso representaba una ventaja
para el juego que practicaba: un pitcher zurdo que bateaba a la derecha o a la izquierda;
como para hacerle brotar los ojos a cualquier dueño de equipo.
Víctor no hallaba qué hacer, recordó que Pompeyo
siempre había sido el hermano que más pendiente estuvo de él. "Cuando jugaba
en el equipo infantil, era Pompeyo el que nos traía los bates para practicar y nos
suplía lo que se nos acababa, bueno, -recuerda Vitico— siempre que pudiera,
nos traía cuanto podía de la Capital. Nos auxiliaba dándonos
indicaciones de lo que debíamos hacer para mejorar nuestras técnicas y nos
asesoraba en el aprendizaje de jugadas. Ese Pompeyo siempre tuvo tiempo para
ocuparse de nosotros. Me acuerdo cuando estuvimos organizando el campeonato de la
Mene Grande con Pachencho Romero, entonces había alrededor de cincuenta clubes
en Cabimas y todos eran buenos porque siempre había el asesoramiento de los
entrenadores dispuestos a dar un consejo o a corregir a un muchacho que no
estuviera jugando bien. Era de admirarse, porque después de algunos años, la
actividad decaía en lugar de aumentar. Habiendo más niños, habían menos equipos
y teniendo más dinero para patrocinar el deporte infantil, cada día se gastaba
menos en la formación de éstos!
De una manera u otra, Víctor se sentía muy
contento de haber tenido un hermano como Pompeyo que le hubiera tendido la mano
cuando él quiso desarrollar sus aptitudes como deportista. Realmente le estaba
agradecido y pensaba que Pompeyo no podía estar tan equivocado cuando le proponía
un tipo de trabajo como ese. Pero hasta cierto punto, a Vitico le parecía un
sueño poder trabajar en algo que para él era una diversión y no solo eso, sino
que le pagaran por hacerlo.
Vitico sabía que posiblemente la familia no lo
iba a tomar de una buena forma. Veía a su madre lamentándose de los deberes de
la casa y a la vez alabando a Dios por haberle dado unos hijos tan buenos que
en todo la ayudaban.
—La vida estaba muy cara, para estudiar había
que hacer un esfuerzo, y grande. No todo el mundo lo lograba. El dinero
aumentaba, pero cada vez que se conseguía algo extra, enseguida las cosas subían
de precio y todo volvía a salir por donde entró.
La madre de los hermanos Davalillo, una experta
en eso de administrar a seis varones, se las sabía todas porque de la casa no
podía salir quien no hubiera hecho su oficio correspondiente. Después que
terminaran con la casa podían irse a donde necesitaran, bien a jugar o a
estudiar, pero primero cada quien limpiaba el reguero que hubiera formado
porque la vieja era una sola y no la podían dejar acabarse.
—Qué raro, Miguelina —comentaba una amiga cercana a su casa— que
esos muchachos le hayan salido tan hacendosos, prácticamente a “usted" no
le hizo falta hembra.
—Yo tuve mis hembritas —recordó Miguelina Romero de Davalillo— pero el
Señor dispuso llevárselas junto a dos de sus hermanos, un día salieron a pescar
ahí al lago. Se me fueron los cuatro hermanos en el bote y como había
corrientes, el bote se “volteó"
y se ahogaron los cuatro. Pero mis hijos parecen reconocer que yo no puedo sola
con todo esto y siempre me ayudan en lo que necesito. Es por eso que quiero un
buen futuro para ellos y que se casen con unas buenas mujeres que los hagan
felices en todo momento.
Víctor, que había escuchado esa conversación,
ahora se sentía un poco mas cohibido de contarle su decisión a doña Miguelina,
pero si ya estaba convencido de que debía partir a Caracas, en busca de nuevos
horizontes, debía enfrentarlos y hablarles claramente. Pero no fue precisamente
su madre quien se opuso rotundamente a su viaje a Caracas, fueron sus hermanos
mayores, sobre todo Estanislao y Nicolás quienes le reclamaron “¿Cómo es eso
de que vas a dejar los estudios para dedicarte a jugar pelota?" Acaso
no te das cuenta de que ya llevas el primer año de tu carrera de mecánico? no
puedes abandonarlo todo así, además ¿qué sabes tú si te va mal y después no
tienes una profesión con qué defenderte? le comentaba Nicolás muy
preocupado— Seguro que esos son inventos de Pompeyo que para lo único que sirve
es para andar alborotando el avispero".
Y con un lenguaje muy “florido", los hermanos terminaron su alocución que culminó en
una rabia de zuliano, que se extendió por unos dos años en los que ni siquiera
el rostro le dieron a Víctor, mucho menos el habla y la consulta de cualquier
tipo de situación. El pobre Pompeyo hacía las veces de Cristóbal Colón y también
tuvo que soportar dos años de indiferencia por parte de su hermano Nicolás,
quien al cabo de ese tiempo, terminó dándole la razón y devolviéndole el derecho
a la palabra a Vitico el "maraco"
de la familia.
Una vez que Vitico ya había tomado una decisión
fue a preparar sus maletas para partir rumbo a Caracas con Pompeyo, quien a
pesar de todo, estaba más contento que el propio Víctor.
Un joven Víctor Davalillo en sus inicios con los Leones del Caracas. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).
La madre, doña Miguelina, parecía estarse
desprendiendo de un niño de meses. “Se me cuidan bien, cuidado con lo que
"usté" va a hacer por allá; no me he puesto brava porque le tengo mucha
confianza, pero queda e su parte el no defraudarme y cumplir con todo lo que le
estoy encargando. No se ponga a ver lo que otros hacen, haga lo que necesite
sin ver la responsabilidad de los demás, yo sé que “uste" esté chiquito
todavía y tiene que hacerle caso a Pompeyo en lo que él le diga".
-Pero mamá, ¿usted cree que me voy para
siempre o que soy un carricito todavía?
—¡No me discuta!, yo sé lo que estoy diciendo y
“uste" con hacerme caso tiene —-enfatizó la madre.
Víctor se quedó callado, terminó de hacer sus
maletas y recogió algunas fotografías de sus hermanos que también incluyó en el
equipaje. Le dio un beso en la frente a su madre que ya no aguantaba los
lagrimones y le prometió volver en la primera oportunidad que tuviera para contarle
como le había ido.
Al llegar a Caracas, el Víctor José no lo creía,
estaba dando los primeros pasos que lo conducirían al profesional y no estaba soñando.
Cuando le tocó hablar con el "Negro"
Prieto, no tardó en informarle a quien estaba adquiriendo; le resumió su
actuación como pelotero y el favoritismo del que gozaba en su tierra. Venía de
triunfar en el nacional doble A y estaba dispuesto a trabajar con todos los
hierros.
Pero su sorpresa fue muy grande cuando escuchó
un frío "está bien" de parte de su interlocutor. No lo
recibieron con bombos y platillos como él creía, pero eso no lo desanimó. Tal
vez era la fiebre de jugar lo que le hacía delirar imaginándose un pitcher
famoso.
Al día siguiente continuaron las sorpresas de
Vitico, quien se presentó a primera hora a su entrenamiento dándole unas diez vueltas
al campo y quedando igualito sin sentir el más mínimo a agotamiento, mientras
contemplaba a sus compañeros sudando la gota gorda. Entonces recordaba sus
entrenamientos de atletismo allá en Cabimas y decía “Eso es lo que
tenemos los zulianos que no tienen aquí, “guáramo". Luego vino el pitcheo y
después el bateo. De todo salí muy bien, el muchacho causó asombro en sus compañeros
que se sentían muy bien de estar con un novato que prometía una buena temporada.
Pero para sorpresa suya y de sus compañeros el Víctor permaneció sentado, no
salió casi a jugar en esa temporada quién sabe por decisión de quién.
Perplejamente, Vitico veía como utilizaban a
unos jugadores que no tenían tan buenas condiciones como las suyas. “Esta sí
es la última, yo aquí sentado como un gafo y aquel otro va y se poncha con dos
en base. Este manager si está loco. ¿Qué será lo que están esperando para
meterme a jugar? —se preguntaba Vitico una y mil veces—, vamos a esperar a ver
qué pasa.
Pero aún así, al día siguiente, el muchacho
aparecía a campo puntualmente para participar en los entrenamientos: “Ahora comprendo
lo que me decía mi madre, aquí cada uno llega a la hora que quiere sin
preocuparse de la hora fijada para los entrenamientos. Realmente que el que
quiera echarse a perder aquí lo consigue. Pero no será eso lo que me motive. Yo
voy a seguir cumpliendo con mi deber". Y así lo hizo. En toda esa
temporada. Vitico no faltó un solo día a los entrenamientos ni llegó tarde jamás.
Él mismo se dada ánimo:
“Tal vez en la próxima ya esté suficientemente
preparado y me pongan a jugar".
Volvió la segunda temporada, la esperanza se
mantenía latente, era posible que lograra esta vez su entrada en el campo. Pero
nada pasó. Víctor permaneció sentado en el banco. Aunque sus condiciones eran
extraordinarias, aunque le diera quince vueltas al campo. Aunque ponchara a
todos los bateadores en las prácticas y aunque bateara de hit y hasta de jonrón,
permanencia sentado. No podía ser. La rabia se apoderó del zuliano, sentía que
debía hacer algo y muy rápido, no había viajado desde tan lejos para estar
sentado sin hacer nada. Eso sí que no era así, debía reaccionar ante la
humillación de la que le parecía que estaba siendo objeto y se decidió a hablar
con Pompeyo en primer lugar:
—Así que tú me trajiste para tenerme sentado aquí
como un mueble. Yo me vine de mi pueblo no porque quería, sino porque aquí
pensé que iba a encontrar algo mejor. Si no me traían a jugar no debiste
molestarte en convencerme y traerme de allá, —la cólera se apoderaba cada vez más del Víctor que
se ponía, de color rojo y las venas le brotaban. -Suficiente razón tenía mi
hermano cuando me dijo que era mejor que no me viniera nada. Es ilógico que yo
esté sentado dos años perdiendo mi tiempo. Y no es por nada, pero uno no es
ciego. Veo que aquí hay muchos que no son tan buenos como yo y sin embargo están jugando. Ya perdí la cuenta de los juegos
que se hubieran podido ganar si me hubieran utilizado a mí en vez de ellos.
Nunca imaginé que me fuera a pasar esto en el profesional. Si uno va a meterse aquí
para estar sentado, más vale estarlo en su casa.
—Espérate —le calmaba Pompeyo— las cosas no son así…
—¡Claro que son así ¿o es que tú crees que
uno es imbécil? Yo no sigo aquí como un monigote. Me voy para mi tierra ahora mismo.
Y tomando sus cosas batió la puerta al salir
para dejar a su hermano Pompeyo con la palabra en la boca.
Pero ahí no terminó todo. Apenas terminaba de
regañar a Pompeyo, se fue a la oficina del Negro Prieto a enjabonarlo a él también.
—Eso sí que no me parece correcto, si usted no
estaba de acuerdo con que yo ingresara a su equipo ¿para qué me dejó entrar? —le dijo Vitico al “Negro”, quien estaba más sorprendido que Pompeyo de lo que estaba oyendo.
No soy de esos que les gusta ganarse los reales sentado en un banco. Si no
sirvo aquí, me voy para donde sirva. Además, sé hacer muchas cosas más que no
son solamente jugar béisbol así que le regalo su equipo..Yo me voy.
Su hermano Pompeyo Davalillo siempre trató de ayudar a los muchachos de Cabimas, Edo. Zulia, Venezuela, llevándoles pelotas, guantes, bates y diversos implementos deportivos, además de enseñarlos a batear y jugar. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).
El "Negro"
se quedó en su sitio un pronunciar palabra y así se mantuvo durante un buen
rato, mientras salía del asombro en el que quedó sumido después de haber visto
a actual muchacho entrar sin decir ni buenos días, y salir sin despedirse,
dejando una serie de palabras que tuvo que ordenar para saber qué era lo que
realmente le estaba pasando.
Pero para ese momento, ya Vitico había comprado
un pasaje de autobús y se disponía a montarse en el colectivo que lo trasladaría
a Cabimas de donde pensó que nunca debió haber salido: “Dígame eso, ahora
qué le voy a decir a Nicolás y a Etanislao cuando me pregunten por qué regresé.
A lo menor se van a burlar de mí. Ojalá que ya se le haya pasado la rabia a
Nicolás porque si no va a ser mas difícil". Vitico ya no hallaba qué
pensar, pero seguía su camino y emprendió el viaje de regreso a su casa. “Lo
último que puedo hacer es decirles que me puse bravo con Pompeyo y con Oscar
Prieto. De resto no se me ocurre nada".
Después de un agotador via|e, Vitico había perdido
un poco la noción del problema en el que estaba metido. Pero cuando se acercaba
a su casa, todo se aglomeró en la mente del pelotero e imagino que la candela
estaba ardiendo y muy cerquita de él.
De pronto me vino una idea a la cabeza. Entraría
a la casa como si nada hubiese ocurrido y luego contaría todo cuando la familia
saliera del asombro de verlo de nuevo en casa.
Así lo hizo. Víctor entró como si acabara de
llegar del abasto. No saludo a nadie siguió a su cuarto que estaba dispuesto,
esperándolo como si hubiera estado viviendo allí durante esos dos años.
La familia que se encontraba reunida en el salón,
se asombró más que él de su valentía, y Manuel, otro de sus hermanos, murmuro: “Aquí
hay gato encerrado". No tardó en salir a flote el problema porque- lo
que Víctor logró con su buena idea fue acelerar la discusión que debía venir.
Fue doña Miguelina quien tomó acciones: “¿Y usted como que se cree que aquí
lo que hay es fantasmas? ¿Por qué llega a la casa y ni siquiera me pide la bendición?...".
—Perdóneme mamá, fue que no la vi —trató de remendar el hueco que había abierto el
Víctor.
—Debe ser que ahora estoy más flaca que cuando
te fuiste —le respondió irónicamente
la madre. No le quedó otro remedio a Víctor que dirigirse a sus hermanos y
contarles la verdad..."Y por eso me tienen aquí otra vez —finalizó
diciéndoles Vitico después de contarles todo lo ocurrido en la Capital—. Yo
no podía soportar estar rindiendo mi tiempo así y preferí venirme a organizarme
aquí con mi gente, que quedarme allá sin cumplir ningún papel,
A pesar que las caras de sus hermanos, bien sabía
que lo habían comprendido, pero ahora se encontraba en una incertidumbre muy
grande, tenía que empezar de nuevo. ¿Por dónde?, no sabía, de lo que sí estaba seguro
es de que no podría pedirle ayuda a sus hermanos mayores porque ya les había
fallado alguna vez y no tenía derecho a exigirles, puesto que les había frustrado
los planes que tenían proyectado para su hermano menor.
Nuevamente surgía la pregunta: “¿Y ahora qué
hago?, eso me pasa por estarme poniendo a hacerle caso a Pompeyo. Estoy metido
en un berenjenal del que no se cómo voy a salir". Pero por lo menos,
por ese día decidió descansar un poco y pensar al día siguiente con la mente
mas lúcida, o qué haría para volver a empezar.
Apenas se había despertado, recibió la cara
sonriente de su madre que lo fue a levantar para hablarle y pedirle que no se preocupara,
que para eso estaba la familia y si era de esperar un tiempo para conseguir un
trabajo, no importaría. Ellos siempre habían sido unidos y esa ocasión no era
la excepción que andaban buscando. Simplemente era una etapa más que había que
superar y a eso iban.
Víctor Davalillo siempre gozó de gran popularidad entre sus amigos, que lo idolatraban ante cada batazo. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).
Víctor se levantó y después de desayunar se fue
a dar una vuelta por la ciudad. No tardó en encontrarse los números amigos. "Epa!!
Vitico, y qué haces por aquí tú, "¿cómo te va con la pelota por allá en la
Capital?, nosotros hemos estado pendientes de preguntarle a doña Miguelina, pero
no nos dice casi nada, —comentaba uno de sus amigos".
—Yo no quiero hablar de eso —les respondió Víctor. Mejor cuéntenme
ustedes cómo están las cosas por aquí.
—¿Pero chico qué te pasa?, a ti como que te fue
mal por allá? —le
insistieron.
—Ustedes como que son sordos, de que no quiero
hablar de eso. Si lo que les interesa saber es si me botaron, les digo que no,
me vine porque me molesté con Pompeyo porque no me ponían a jugar. Ustedes
saben que no soy hombre de estar “sentado" en ninguna parte, —y dándose media vuelta tomó sus cosas y se
fue.
—Espérate Vitico, deja la rabia, nosotros sólo
queríamos saber de ti, vamos a tomamos algo fresco ahí mismo.
Víctor accedió, pensó que ya eran demasiadas discusiones
y necesitaba descargarse un poco.
Al día siguiente volvió a salir con sus amigos e
intentaba divertirse pero sólo lograba pensar en Io que había hecho: “Tal
vez me precipité demasiado, pero creo que se lo merecían. Mejor no pienso más
en eso, porque creo que tengo la razón, aunque extraño todo aquello, pero con
el tiempo lograré olvidarme de eso".
—-¿Qué te pasa chico —le pregunta a uno de sus amigos ¿cómo que te
sientes mal?
—No, no me pasa nada... respondió secamente.
¡PUEBLO CHIQUITO!
No sabía Vitico lo que ocurriría unos minutos
después de estar reunido con sus amigos. Entró en tropel un vecino suyo
gritando: “¡Vitico, Vitico!, vino Pompeyo con un poco de tipos, están allá
en tu casa, parece que están hablando con Estanislao!!!".
A Víctor se le agrandaron los ojos como quien
encuentra un tesoro de repente, no pudo disimular su alegría y se levantó acomodándose
un poco la camisa para dirigirse hasta su casa nuevamente. Mientras recorrió el
camino a su casa, unas diez personas lo detuvieron para avisarle que Pompeyo
estaba buscándolo. A tal punto se impacientó que al último que se lo dijo le
respondió eufórico: "Ya lo sé, no juegue!!!".
Era verdad, desde unos metros de distancia podía
ver claramente a su hermano que hablaba con Estanislao y su madre Miguelina.
—Ahhh, aquí viene Vitico —refirió Pompeyo apenas lo divisé—. Ven acá Víctor.
El Negro me mandó a buscarte. Después de pensarlo mejor, comprendió que tú tenías
razón y que no podíamos dejarte perder. Él mismo piensa que debimos
ponerte a jugar hace tiempo. Nosotros estuvimos hablando mucho después que te
fuiste y comprendimos que no debimos dejarte venir. Pero aquí estoy yo para llevarte
conmigo de nuevo y ponerte a jugar enseguida.
Víctor no lo creía. Era verdad lo que le estaban
diciendo, pero no podía salir de su asombro. Por fin le volvieron los sentidos
y lo único que alcanzó a decirle a su hermano fue: ¿Cuándo nos vamos?..."
Cuando tú quieras, lo importante es que estemos
allá rápido para que inicies las prácticas porque ahora sí te vas a estrenar.
El pitcher zurdo y zuliano que le daba la victoria al Caracas, béisbol...
club!!! —le respondió Pompeyo
dándole una palmada en la espalda.
Por su parte, Estanislao y Nicolás se volvieron
a llevar las manos a la cabeza y lo encomendaron a Dios para ver si ahora le iba
mejor. Doña Miguelina, en cambio, estaba muy contenta, y sabía que aunque no
iba a estar con su hijo, esta vez si le iría como debía irle: tan bien como se lo
merecía un hijo pendiente de ella y de toda la familia.
Hasta mal hechas le quedaron las maletas al
pobre Víctor esta vez. Un extraño presentimiento le decía que ahora sí sería
definitiva y lo aceptarían porque estaba seguro de que lo que necesitaba era un
chance para demostrar quién era.
Cuando llegó de nuevo a hablar con el Negro
Prieto, éste mostró más interés que la vez anterior. Le dijo que esperaba mucho
de él y que le seguiría los pasos detenidamente.
Víctor no se amedrentó, tomando sus cosas le
dijo: “Ojalá sea cierto, para así demostrarle quién soy".
Nuevamente salía al campo y le ganaba a todos
los corredores cuando hacia la calistenia de rigor. Tanto era su dinamismo que una
vez estando en los vestidores, uno de los peloteros nuevos le preguntó: “Vitico,
¿por qué tú corres tanto y no te cansas?, de dónde sacas esa velocidad si todos
hacemos los mismos ejercicios?".
—Eso es muy sencillo, cuando yo estaba en mi
tierra, practicaba atletismo y llegué a correr cuatrocientos metros planos. Gané
un porción de veces. Además, tú sabes que no hay mejor estadio que la tierra
donde uno nace y donde se respira aire puro. Si allá en Cabimas se hubieran
encargado más del deporte como antes, ya verías tú ese poco de campeones que
saldrían de tierra zuliana
—respondía Vitico a la pregunta del intrigado muchacho.
A medida que pasaban los días Víctor adquiría más
experiencia, pero todavía no se enfrentaba a nadie. Hasta que un buen día
Pompeyo lo llamó y le dijo: “Vitico, mañana te estrenas, tú sabes que nos
toca jugar con Oriente, así que quiero que te luzcas y le lances con todas tus
ganas, mira que no quiero defraudar a nadie y mucho menos al Negro Prieto. Él
tiene mucha fe en ti y no quiero que la pierda.
—No te preocupes, —le respondió el hermano menor— yo te dije a
ti que no defraudaría a nadie y así va a ser. Si es verdad que mañana voy a
pitchar, ya me vas a ver en mi terreno.
Y efectivamente, ante el asombro de un público
que lo veía por primera vez, el joven debutante lanzó un gran juego. Sí le
vinieron los nervios de quien se estrena ante un gran público, pero realmente
se sobrepuso.
Los fanáticos del Caracas lo animaban, los del
Oriente, para la época, casi tantos o tal vez más que los del Caracas lo
pitaban y trataban de ponerlo nervioso. Vitico ni veía para el lado izquierdo
de las tribunas, se hacía el loco. Por momentos creyó ponerse nervioso pero salió
avante con la concentración necesaria. Por fin: “¡Ganó el Caracas!".
Unos gritaban otros lo cargaron en hombros y desde el dugout, un hombre por fin
respiraba, se trataba nada menos que de Pompeyo quien desde que comenzó el
juego no hizo más que sudar como un enfermo hasta verlo finalizar. No quiso decirle
nada a su hermano para no ponerlo nervioso, pero por fin todo había salido como
él se lo propuso y ahora podían ir a celebrar la gran victoria que había
obtenido, no el equipo Caracas, sino su hermano Vitico sobre todos aquellos que
imaginaron que no era un buen pitcher y que no resultaría porque era zurdo.
Pero no sólo se lució como lanzador, porque también empujó las carreras que
pusieron el score a favor de su equipo. Definitivamente ese día se estrenó un jugador
completo.
El Negro Prieto también lo observó desde la
tribuna y fue justamente en esa oportunidad cuando se lamentó de no darle un
chance anteriormente. El muchacho tenía madera y debía explotársele.
Cuando todos los ánimos estaban calmados, Víctor
reflexionó sobre lo ocurrido y estaba muy contento. Su futuro estaba asegurado
por mucho tiempo y debía medir sus actuaciones de manera de no fallar. Se acordó
mucho de lo que le dijo su madre al día siguiente de asistir a la práctica
porque con la celebración del triunfo, las copas se excedieron y se sentía muy
cansado para asistir al entrenamiento, pero apenas recordó lo que ella le había
dicho, saltó de la cama y se dispuso a cumplir con su deber como lo haría en
todas las circunstancias posteriores.
"Vitico" Davalillo ya iniciaba con buen pie su exitosa carrera profesional con los Leones del Caracas, B.B.C. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).
El segundo encuentro fue más sencillo. Le tocaría
esta vez lanzarle al Valencia, pero fue más sencillo porque ya no existía la presión
de tener que demostrar quién era. Aprendió un poco más a dominar su concentración
y era seguro que le iría mejor como en realidad pasó. Volvió ganar tanto desde
el box como con el bate. El nombre de Vitico comenzaba a sonar en las bocas de
los fanáticos y de la prensa. De una vez daba qué hacer y ya había que pensar
en las estrategias de los otros equipos para ponerle freno al mundo de batazos
y de lances que se les venía encima. Más de una vez se dejó escuchar en el
dugout del equipo contrario: “Ese es un hombre peligroso".
Las noticias llegaron a Cabimas, la madre de Vitico
estaba muy contenta, su último hijo ya estaba encaminado y por la forma como le
iba, creía que ya podía defenderse solo. Los hermanos, aunque no afloraban
mucho su entusiasmo, para no dar su brazo a torcer, tampoco podían ocultarlo. "Lo
que espero —decía Estanislao—- es que todo siga como va".
Y mientras Vitico se hacía cada vez más indispensable
para la novena Caraquista, los peloteros profesionales de experiencia consagrada
iban viendo la manera de aconsejar al muchacho sin que éste se ofendiera.
Alfonso Carrasquel fue el primero en hacerlo. “Mira
Víctor, tienes que ir pensando en jugar otra posición. Tienes un brazo muy valioso
y no es justo que te vayas a quemar. Cuando te des cuenta, ya no vas a tener
brazo. Es bueno que hables con el Negro y con Pompeyo a ver qué se puede hacer
para que te cambien de posición".
También "Cocaína"
García le aconsejó para que tratara de medir su velocidad y de jugar en primera
o en los files. Y así fue.
Después de hablar con el manager, en unos juegos
Davalillo hacía de pitcher y en otros de jardinero central, en realidad eso no
era gran problema porque el muchacho jugaba bien cualquier posición. Sólo la
tercera base estaba vedada para él porque era zurdo y nunca se recomendó que un
jugador zurdo cubriera esa posición.
Los niños ya buscaban a Davalillo para pedirle
que les firmara sus pelotas y eso significó para él mucho, porque a su entender
quería decir que ya era famoso. Y así era en realidad, en el estadio era
comentario obligado en cada juego. Cierta vez en que el equipo Caracas estaba
empatado y Víctor Davalillo tomó turno al bate, dos de los observadores de las
gradas, en las que los fanáticos están revueltos, mantenían la misma inquietud
pero con diferentes objetivos. Uno dijo en voz alta: “Davalillo va a batear
de hit". El observador que se encontraba a su derecha le dijo: “Cincuenta
bolívares a que es out", obteniendo por respuesta: "Van!!!".
Y Davalillo, que tan distante parecía estar oyendo la conversación, no defraudó
al fanático que creyó en él y le mandó un imparable para complacerlo. Por
supuesto el gozo del primer fanático y la rabia del segundo, llegaron al mismo grado
pero en sentidos distintos.
Víctor Davalillo en su casa, mostrando los innumerables trofeos y placas de reconocimiento conquistados, durante su brillante carrera en el béisbol. (Archivo: Hnos. Dupouy Gómez).
LA
MISIÓN ESTÁ CUMPLIDA
Justamente a los sesenta y cinco años, cuando ya
creía que sus hijos estaban criados, muchos de ellos con su familia y otros
encaminados, doña Miguelina que pidió irse a reunir con su Martiniano al que no
pudo olvidar jamás a pesar de los diez y ocho años que estuvo separada de él.
Ella divisaba el futuro de cada uno de sus varones, los veía unidos y pendientes
cada uno del otro, por lo que bien podría apartarse de ellos físicamente,
aunque siguiera cuidándolos en la eternidad.
Vitico recibió la noticia. Su madre estaba a
punto de morir debió trasladarse a verla. AI igual que Pompeyo y todos sus hermanos,
Estanislao, Manuel, Nicolás y Francisco, sentía la pérdida de su madre que fue más
que eso para ellos, la mujer que los comprendió cuando necesitaron y la que
estuvo presente en la realización de cada uno de ellos. Pero a la vez comprendían
que ella deseaba rendirle cuentas a su Martiniano de la difícil tarea que le había
dejado encomendada.
Sólo una cosa sentía Vitico y era que su madre
no compartiera con él la emoción de ingresar a la “Gran Carpa" de donde
había recibido noticias que pronto lo llamarían y se disponía a aceptar...
(Publicado en la "Revista"
Deportes", N° 37, del 24 de marzo de 1980).
Espero, que este extracto del trabajo, poco
conocido, sobre la vida del insigne pelotero venezolano, Víctor Davalillo, y
las dificultades que tuvo que sortear, en parte de su vida, haya sido de su
agrado.
Miguel Dupouy Gómez.
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